miércoles, 17 de noviembre de 2010

Esa mujer, a diferencia de otras, no esperaba conocer a alguien, casarse, y con el tiempo tener hijos. Sentía que el amor, el romance, no eran para ella. Había conocido algunos hombres en su vida, pero siempre una razón hacía que todo intento en ese sentido fracasase: ella no creía en los hombres. Sencillamente no podía confiar en ellos. Tal vez tenía poderosos motivos para que esto fuese así, motivos que habría que buscar en su pasado, pero el caso es que con el tiempo su historia comenzó a parecerse a la de cualquier mujer cuyo destino fuese la soltería.

Hasta esa tarde…

Los ojos de aquel hombre la contemplaban de una manera especial. No había nada de oscuro y terrible en ellos, al contrario; la miraba como si ella fuese una niña, y percibió, a su vez, que él jamás podría hacerle daño. Sentía que algo dentro de sí se movía, una emoción antigua, como si se hubiese reencontrado algo hermoso que no veía hace mucho tiempo.

Ella pareció titubear, y volvió a mirar a los ojos de aquel hombre. Sí, tal vez pudiese confiar en ellos.

Desde el momento en que lo vió y en las horas que siguieron esa tarde, un sentimiento extraño hizo que toda la vida pareciera concentrarse en aquella mirada, ese rostro, esa boca que sonreía…

La pasión lo cambia todo, es verdad. En primer lugar, sintió que comenzaba a vivir; como si lo anterior hubiese sido un sueño largo y aburrido del que ahora despertaba. Ahora estaba él. Y había llegado para que ella supiera exactamente lo que quería en este mundo; para que todo, finalmente, tuviera sentido. ¿Cómo había podido vivir, antes de Robert? ¿Cómo había sido su vida sin los brazos de Robert rodeándola, mientras ella sentía, al fin, que nada malo podía sucederle? Él estaría allí, protegiéndola, queriéndola todo el tiempo.

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