sábado, 23 de octubre de 2010

Elizabeth se desplomó en una de las gradas de la desierta cancha de béisbol. Todo estaba tranquilo. Estaba tan ensimismada en sus pensamientos, que no se dip cuenta de lo tarde que era. Largas sombras recorrían la cancha, mientras el sol se ocultaba en el horizonte. Se estremeció, apretando los brazos, ya que la remera liviana no era suficiente abrigo contra el aire helado. Tenía las mejillas húmedas y frías por las lágrimas que ni siquiera había notado.

Se recuperó de su ensoñación cuando alguien le colocó un suéter sobre los hombros. Se dio vuelta para encontrarse con Todd, quien la miraba con una sonrisa extraña.

–No digas una palabra– ordenó con la voz enturbiada por la emoción– . Simplemente cállate y escucha. ¿De acuerdo?

Elizabeth asintió, demasiado asombrada para discutir.

–En estos días estuve pensando muchísimo y llegué a la conclusión de que somos un par de idiotas de primera clase. Como ninguno de los dos tiene el valor de decir nada, probablemente los dos seguiríamos siendo desdichados durante los próximos cien años. Pero no te equivoques –levantó una mano–. No me estoy disculpando. Creo que los dos dijimos cosas muy tontas. Digamos que te propongo una tregua, ¿De acuerdo?

–De acuerdo –respondió Elizabeth, casi con un chillido.

–Eh, tonta, ¿por qué lloras?

Con ternura le pasó los dedos por las mejillas. Su expresión se suavizó y los ojos brillaron con cariño.

–Mira quien habla de ser tonta –dijo con tono burlón, Y de golpe no pudo dejar de reír.

–Te extrañé– dijo Todd.

–Yo también.

–Lo lamento, yo…

–Nada de disculpas ¿recuerdas?

–Muy bien. Entonces no lo lamento.

–Yo tampoco.

Ambos reían. La suave brisa despeinó el pelo de Todd. Elizabeth le sacó el pelo de la cara.

–Eres un espanto –dijo Todd, buscando en sus bolsillos hasta sacar un puñado de pañuelos de papel y alcanzárselos.

–¿Todd?

–¿Sí?

–Realmente no puedo creer que te haya dicho cosas tan horribles.

–Bueno, a lo mejor merecía algunas – Elizabeth le tomó la cara para que encontrara su mirada.

–Tenías razón, Todd –dijo Elizabeth– . El cariño puede hacer cosas muy curiosas a veces,

–Ajá, eso yo lo sé muy bien. ­–La besó suavemente en la frente, luego en la punta de la nariz y por último en la boca.

–¿Cómo se llama este beso? –preguntó Elizabeth cuando recuperó el aliento.

–Un beso para establecer conexiones– jadeó Todd.

–Qué lindo.

–Es para callarse y disfrutarlo –continuó, frotando sus labios contra los de ella.

Cubierta por los brazos de Todd, rodeada por su aroma cálido y fresco, Elizabeth casi olvidó que había estado tan triste. Escondió la cabeza en su pecho, sintiendo la dureza de sus músculos debajo de la camisa.

–Te amo –murmuró.

–Una tregua ¿eh?

–Más bien una rendición total.

–De ambas partes –agregó rápidamente– ¿Liz?

–¿Qué?

–Yo también te amo.

–Lo sé. Cállate y bésame, tonto.

Todd no necesitó más invitaciones.

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